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La casa de las chapuzas

En marcha hacia Benamahoma

En marcha hacia Benamahoma Hace ya muchos años de esto. Fue en julio de 1.979, yo estaba con los boys scouts. Hicimos acampada en El Bosque. Permaneceríamos 15 días. Un día, que yo identifiqué como el 9 de julio, lunes. La tropa, se separó del grupo para ir dos días de marcha a Benamahoma. Yo iba con ellos, tenía 16 años recién cumplidos, hacía menos de un mes. Pese a ser mi segundo campamento (el primero fue en Benaocaz, en julio de 1.975), aún no había superado la tristeza de estar fuera de mi casa ¿Qué clase de espíritu llevaba yo dentro que me hacía ir de campamento, pero que al mismo tiempo me hacía sentirme triste? Me llamaba la naturaleza, eso era evidente....pero la tristeza también. Lo curioso, es que fui, siendo consciente de que semejante situación vivida en Benaocaz, se repetiría. Esa clase de contradicciones, son típicas en mi forma de ser.

Ese día, supuestamente, 9 de julio de 1.979, nos fuimos temprano, después del desayuno. Si mi memoria no me falla, éramos 30 personas, de entre 13 y 16 años, más el jefe, que tenía unos 20, aproximadamente. Nos dieron latas de comida, paelleras y utensilios de cocina que aumentaban el peso de nuestros ya abultados equipajes. Yo cargué con una enorme lata, creo que de habichuelas ¿Necesito decir la terrible calor que hacía, en verano por aquellos parajes? Para colmo, el jefe estaba de mal humor. El siempre tan alegre... ¡Pero no! Ese día no. Era el preludio de un auténtico día de perros, casi sin precedentes en mi vida. Pero al mismo tiempo, un día felíz, e inolvidable ¡Qué contradicción! ¿Verdad? Pero, sigamos leyendo, que apenas si hemos empezado el relato.

¿Cuántos kilómetros hay de El Bosque a Benamahoma? A mi me parecieron 100, pero lógicamente, eran muchos menos. Cogimos por un atajo, por el que el año anterior, los scouts, habían cortado camino. Estaba lleno de matas. Nos pinchábamos a cada centímetro que avanzábamos. Aquellos que llevaban pantalones cortos, daba pena verles las piernas. Pero los que los llevábamos largos, no por ello nos libramos de la crueldad de las matas, que con malvada habilidad, se introducían por el más mínimo hueco. Tenía los zapatos llenos de hojas de arbustos, y me estaban saliendo ampollas. Ibamos cansados, de andar, agobiados por el sobrepeso de las mochilas, el calor ¡Y ahora las punzantes matas que nos impedían avanzar!

La gente se puso a protestar, y con razón ¿Para qué hablar de la rabieta que tenía el jefe? Entonces decidió que descansáramos, y dejar a los guías que buscaran un atajo. Queríamos cortar camino, y nos habíamos metido de lleno, en un zarzal. Al poco vinieron. No les fue posible avanzar mucho más. Nos dijeron que el camino estaba bloqueado por una inmensa vegetación de matas pinchantes, que desafiaban a aquel que quisiera cruzarlas. Un desafío, del que indudablemente, llevábamos todas las de perder.

Así que otra vez, marcha atrás, y a empezar desde el principio. No digo nada de los comentarios y protestas de los compañeros, acerca de la falta de previsión de los guías. Echábamos de menos el campamento base. Allí las únicas molestias, eran las moscas, que pasaban de todo, y te molestaban constantemente. Algo lógico, si tenemos en cuenta que vivían sin temor, y en completa libertad. Otro problema, aún más molesto, eran los ciervos volantes. Volaban, y se te posaban encima. Apenas tenías tiempo de agacharte al escuchar el zumbido de sus alas, un segundo antes de que aterrizaran. Me llevé muchos sustos, pero por fortuna, nunca me picaron.

-Pero si el año pasado cogimos por aquí, lo recuerdo perfectamente. Dijo uno de los guías, tratando de justificarse.
-Sí, pero las plantas crecen. No te acordabas de eso ¿A que no? Exclamó un compañero.

Recuerdo que cuando llegamos, nos sentamos a comer en unas mesas y asientos, hechos con troncos para los domingueros. Habían muchas chapas de refresco tiradas. Me inventé un juego de gran aceptación, que consistía en coger varias chapas, y empujar las del contrario fuera de la mesa. También cogí varias anillas de latas de refresco, y me las enganché como recuerdo en la cuerda de mi sombrero.

Cerca de allí, había un pequeño grupo de scouts, de unos 20 años. Eran menos de 10. Nos hicimos amigos. Entonces, descubrimos que nuestras cantimploras estaban vacías, evidentemente, nos habíamos bebido el agua por el camino. Gracias a ellos, supimos que había un bar, pero que estaba lejos, en el cual podríamos llenarlas de nuevo. Estábamos junto al río, pero las verde-amarillentas aguas de la embarrada orilla, no invitaban precisamente a beber.

Por ello, Pedro, nuestro jefe, nos prohibió bañarnos. Estaba un poco inquieto. Del campamento principal, debieron habernos traído la cena en uno de los coches. Los de las cantimploras, tardaban. Varios de mis compañeros, aprovechando una momentánea ausencia de Pedro, desobedecieron y se bañaron. Otros se pusieron a mover piedras, para no aburrirse. De una de ellas, salió un alacrán que le picó en el pié a un chaval que estaba cerca. Afortunadamente, uno de los scouts del otro grupo, era ATS, y le curó la herida.

De repente, uno de los que debían traernos las cantimploras llenas de agua, se asomó con cara de culpable. Le preguntamos qué le pasaba, y salió corriendo. Ante eso, nos enfadamos. Egoístamente, lo que más nos dolió, fue verlo sin las cantimploras. Temíamos que las hubiera perdido, y no quisiera decírnoslo. Uno de los nuestros, con bastante sentido común, nos dijo:

-No penséis tanto en vosotros mismos. Las cantimploras son lo de menos. Hay que averiguar qué le ha pasado, y porqué los otros no están con él.

Entonces fuimos a buscar a Pedro, que al parecer estaba asomado por el camino para ver si veía llegar al coche con la comida ¿Tenía Pedro suficientes preocupaciones? Al enterarse de lo del alacrán, la escapada del chaval de las cantimploras, y verse a varios con el pelo mojado, desobedeciendo sus órdenes, cogió el mosqueo del siglo. Para rematar la cosa, vinieron los otros dos del grupo de las cantimploras, dijeron que su compañero, se había cabreado. El sitio estaba lejos, no quería cargar con más peso, y el sol, le jugaron una mala pasada, y se fue enfadado, dejando las cantimploras en el suelo. Al poco, regresó. Como quiera que en su relato, habían comentado, que habían comprado avellanas en el bar, y se las habían comido por el camino, Pedro les dijo:

-Bien. Tenemos poca comida para cenar, pero como vosotros ya habéis comido, os quedáis sin cena.

Entonces, mandó otro grupo con las cantimploras. Entre ellos yo. Estuvimos un largo rato andando, por incómodos caminos, cruzando el río por las resbaladizas piedras, y temiendo que se hiciera de noche. Por fin llegamos al bar. Llenamos las cantimploras. Pesaban bastante. Si el viaje de ida, fue incómodo, para qué mencionar el de vuelta. Cuando llegamos, ya estaba oscureciendo.

El chaval que le había picado el alacrán, estaba muy asustado. Los compañeros, le decían comentarios de mal gusto, que lo ponían triste.

-Esa pierna, te la cortarán. Está infectada de veneno. Decían unos.

Otros, más guasones, le comentaban:

-Mejor te cortamos la pierna, y ya tenemos cena.

El pobre chavalín, pese a las bromas, temía que se la fueran a cortar. Se llamaba Javi.

Llegó la noche, y encendimos el fuego de campamento. Hicimos un círculo a su alrededor. El jefe, se puso a hablar:

-No os habéis portado bien, pero yo he perdido los nervios, y eso no puede ser. Por culpa de ello, las cosas han salido peor. Por lo tanto os pido disculpas. No he estado a la altura de las circunstancias.

Guardamos silencio, todos estábamos arrepentidos de algo. Varios hablaron, admitiendo su culpa también. Yo mismo estaba arrepentido de mi egoismo. Aunque no había dicho ni pío, ni me había quejado de nada; en mi interior estaba soltando chispas contra todos que colaboraron a que ese día fuera tan malo. Sí, pensándolo bien, ese había sido un día récord en lo que a mala suerte se refiere.

Cuando era evidente nuestro arrepentimiento, y nadie más dijo nada, Pedro propuso que como señal de arrepentimiento, y para quedar bien unos con otros, y con Dios, rezáramos el Padre nuestro. Así lo hicimos. Dijimos todos al unísono:

“Padre nuestro que estás en los cielos”.....

Y de repente, el fuego lanzó una fuerte y ruidosa llamarada. Seguimos rezando más despacio, mientras nos miramos todos entre asombrados y asustados. A medida que íbamos terminando de rezar, el fuego iba bajando, hasta alcanzar su altura normal.

Pedro, opinaba que esa llamarada, había sido una señal de Jesús, para mostrarnos su presencia entre nosotros.

-La Biblia dice que Jesús, dijo: “Todo aquel grupo de personas, que se reúna en mi nombre, yo estaré con ellos”. Nos explicó.

Luego, nos acostamos en los sacos de dormir, muy alegres. Como era verano no hacía frío. Dormimos al aire libre, en la cuneta, mirando las estrellas.

Al día siguiente, le pregunté a uno de los que habían estado de guardia cómo le había ido. A lo que me contestó:

-Verás, he visto una extraña sombra. Al encender la linterna, la sombra se echó al lado. Si apuntaba a ese lado, se iba al otro. En fin, que se iba al lado contrario de donde yo alumbraba. No pude ver más, porque éste me relevó.
-¿Sabes lo que era tu sombra? ¡Un toro! Le contestó aquel.

Justo en ese momento, veo al toro al final del camino, y le pregunté:

-¿No será ese?

Entonces, empezaron a mirarlo con curiosidad. El toro parecía nervioso. Dos de mis compañeros, fueron a acercarse a él. El toro retrocedió. El jefe los llamó muy sofocado, para que se alejaran. Cuando se fueron, el toro cogió carrerilla, y pasó por el camino, en medio de nosotros. Yo estaba muy asustado, y quería salir corriendo. Al ver que los demás no lo hacían, me quedé donde estaba, para que el toro no se fijara en mí, y me persiguiera. Por suerte no hubo peligro. El toro solo pretendió salir de allí. Cuando pasó cerca de nosotros, en su rápido y ruidoso trotar, le gritamos, casi al unísono:

-¡Eh toro!

Cuando atardeció, no vino el coche con la comida. Así que Pedro decidió suspender la marcha y regresar. Los otros scouts, antes de irse por su lado, nos dieron lo poco de comida que tenían, que recuerdo que era un huevo, y no se si dos salchichas. Poca cosa para alimentar a 30 personas. Por el camino, ya hablábamos de terribles e imaginarias venganzas contra el jefe principal. Hasta Pedro, bromeaba de ello.

Cuando llegamos al campamento base, lo hicimos justo a tiempo de la bajada de bandera, que es a la hora que se dan a conocer las novedades. El jefe mayor, dijo que no nos había mandado comida, en solidaridad con los “comandos”, que estaban de prueba de supervivencia, por lo que decidió ponernos de supervivencia también.

Ese comentario no nos hizo ninguna gracia, y menos aún que nos hiciera esa faena sin avisar. Entonces, cogimos entre todos al jefazo, y amenazamos con mantearlo, y luego lanzarlo al río, si en compensación, no nos invitaba a comer algo especial.

-Vale, cuando lleguemos a Cádiz, os invitaré.

Todavía estamos esperando su invitación, que por supuesto, no llegó, ni llegará.

Fin del relato “En marcha hacia Benamahoma”.

1 comentario

Trini -

Hola Antonio, he estado visitando tu otra Blog. Enhorabuena. Queria decirte que allí sí tienes bien colocado las estadisticas, pero en la antigua Tio antonio no. Fijate tu mismo en las dos veras la diferencia.

PD: tenco algo con lo que puedes poner varias imagenes es un comando te lo envio al Búho ahora mismo

Besos y gracias por tu comentario